UNA TRISTE NOCHEVIEJA

Ni comieron uvas ni bebieron champán. La nochevieja de 1520 fue una noche penosa y solitaria en medio de un mar mucho mayor del que creían. Ningún trozo de tierra a la vista, ningún mapa, solo el propósito firme de seguir navegando hacia el oeste para conseguir llegar a las islas Molucas.

El 31 de diciembre de 1520 se cumplía un mes desde que habían cruzado el estrecho. Elcano, Magallanes y el resto de tripulantes vivos que quedaban de la expedición, se encontraban aquella noche en la latitud noroeste 25º ½, según anotó en su derrotero Francisco Albo, el contramaestre de la nao Trinidad.  Los víveres escaseaban, no contaban con ningún alimento fresco y las enfermedades se cobraban la vida de algún marinero casi cada día. Pigaffetta, cronista de la expedición, describió así la situación:

“A menudo estábamos reducidos a alimentarnos de serrín, y hasta las ratas, tan repelentes para el hombre, habían llegado a ser un alimento tan delicado que se pagaba medio ducado por cada una. Sin embargo, esto no era todo. Nuestra mayor desgracia era vernos atacados de una especie de enfermedad que hacía hincharse las encías hasta el extremo de sobrepasar los dientes en ambas mandíbulas, haciendo que los enfermos no pudiesen tomar ningún alimento. De éstos murieron diecinueve y entre ellos el gigante patagón y un brasilero que conducíamos con nosotros. Además de los muertos, teníamos veinticinco
marineros enfermos que sufrían dolores en los brazos, en las piernas y en algunas otras partes del cuerpo…”

La enfermedad a la que se refería Pigaffeta era el escorbuto, y su causa, la carencia de vitamina C, presente en frutas y hortalizas. La enfermedad no fue descrita hasta dos siglos más tarde, así que en 1520, a bordo de aquellas naos, nadie sabía cómo ayudar a los enfermos. Si la carne de membrillo que llevaban a bordo la hubieran repartido entre todos los tripulantes, quizá hubieran podido atajar la enfermedad, pero aquel alimento estaba reservado exclusivamente a los mandos de la expedición. Ni Elcano, ni Magallanes, ni ninguno de los pilotos enfermaron. Sin ellos saberlo, probablemente el membrillo les estaba salvando.

Seguro que aquella nochevieja los marineros no tuvieron mucho que celebrar. Al día siguiente, el 1 de enero de 1521, Francisco Albo anotó en su diario:

Al Oeste 4ª del Noroeste, en 25º. Falleció Diego de Peralta, marino de la nao Victoria, el cual falleció de enfermedad”

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